Juan Rejano y el Exilio de 1936 en México
Juan Rejano murió en México el 4 de Julio de 1976 cuando a punto estaba de hacer el regreso a España. Había sido, y es, uno de los grandes poetas españoles del exilio, por más que su obra –no es, ni mucho menos el único caso- siga pendiente de la difusión y reconocimiento necesarios.
En los días siguientes a su fallecimiento apareció en el extinto diario Informaciones una destacable necrológica a cargo de Francisco Ayala. Unos meses después (marzo de 1977) Ediciones Demófilo, de la mano de Esteban Díaz y Miguel Ángel Toledano, puso en circulación una antología (Juan Rejano. Poesías) que seguía muy de cerca la que el propio poeta hiciese de cuarenta años de producción bajo el título Alas de Tierra, Poesía (1943-1973).
Díaz y Toledano afirmaban en el prólogo: “Hoy, a los seis meses de su muerte, Juan Rejano sigue siendo una incógnita para una crítica renqueante y, por lo tanto, un poeta sin acceso al amplio público a quien especialmente él dirigió su poesía”.
¿Continúan vigentes estas palabras casi un cuarto de siglo después de la desaparición del poeta? No es mucho lo que sobre él, o de él, ha salido a la luz. Aurora de Albornoz prologó en 1979 la antología La mirada del hombre, y Litoral le dedicó un número monográfico en 1980. Por su parte, Mª Teresa Hernández y Antonio García Berrio son los autores de Juan Rejano, poeta del exilio (Salamanca, Universidad, 1977), la única monografía hasta la fecha sobre el poeta de Puente Genil.
Y poco más: por ejemplo, la Diputación de Córdoba reeditó en 1986 el ensayo de Rejano sobre Antonio Rodríguez Luna, el pintor de Montoro, amigo y compañero del exilio. (…)
Rejano viajó a México en los tenebrosos días del final de la guerra civil, y lo hizo a bordo del mítico Sinaia, en compañía, entre otros, de Pedro Garfias. Otro de los ilustres pasajeros, Adolfo Sánchez Vázquez relata: “La travesía del Sinaia duró dieciocho largos e interminables días.
No fue en modo alguno, ni cabía esperar que lo fuera, un viaje de placer. Ciertamente, eran notables las incomodidades y carencias. Pero medidas con la vara de las penalidades que habían quedado atrás todo era ganancia. A los solteros o a los que iban solos les tocó alojarse en la bodega del barco.
Y allí me tocó a mí, teniendo como compañeros de litera a Juan Rejano y Pedro Garfias. Nuestra ventanillas, por tanto, lejos de cubierta, daban a la profundidad del mar. Y cada mañana Garfias se desesperaba al asomarse a la ventanilla y no ver más agua y agua”. (…)
Atrás dejaba una vida periodística y editorial intensa que había transcurrido en Puente Genil, Málaga, Madrid y, ya en plena contienda, en Valencia. Fue secretario de la editorial Cenit y subdirector de El Popular. Y colaborador ocasional en una larga lista de publicaciones: Acción –en su pueblo natal-, El Estudican, La Gaceta Literaria, Nueva España, Post-Guerra y Frente Rojo. Militaba en el PCE desde mediados de los años veinte.
En México, donde pasaría la segunda mitad de su vida, Juan Rejano confirma su vinculación con el periodismo literario y desarrolla una fecunda labor crítica y poética. Dirigió Romance y fue uno de los animadores de la segunda etapa de Litoral.
Publicó un estudio sobre Lorca y la monografía antes citada sobre Rodríguez Luna, y prologó las Poesías de la guerra española (1941) de Pedro Garfias. Pero, en lo que a su presencia periodística se refiere, fue huésped, sobre todo, de las páginas de El Nacional, en cuyo suplemento cultural –la Revista Mexicana de Cultura, que dirigió entre 1947 y 1957- fue desgranando su larga serie de “Cuadernillos de señales”.
El rastreo de la presencia de Rejano tanto en el diario como en el suplemento lo ha hecho la mexicana maría Cuairán en su tesis sobre Juan Rejano: aproximación a su obra (UNAM, 1992), uno de cuyos párrafos transcribo: “Mientras dirigió el suplemento, logró que fuera una publicación sin rival en su género.
Asimismo, hizo de la revista una inapreciable fuente histórica de la vida cultural de México e incluso de otros países en esa década, lo cual representa una valiosísima aportación al periodismo cultural mexicano. Por ello el nombre de Rejano permanecerá inseparablemente ligado a la creación e innovación de los suplementos literarios y culturales de los periódicos.
Su labor poética, a lo largo de los treinta y siete años de exilio, sería impresionante. Publicó más de veinticinco libros, entre los que destacan “los que reflejan su nostalgia andaluza, cordobesa –sobre todo El Genil y los olivos, 1944- y el que definiría su personalidad poética, Fidelidad del sueño, basado en el soneto y el poema breve, inspirado en la canción de corte popular andaluz” (F. Zueras, La gran aportación cultural del exilio español (1939), Diputación de Córdoba, 1990) sin olvidar algunos títulos de los años 60: Libro de los homenajes, El jazmín y la llama.
La esfinge mestiza. Crónica menor de México apareció, con portada e ilustraciones de Miguel Prieto, en 1945, cuando Rejano sólo había consumido los primeros seis años de su largo exilio. El autor lo presenta –ya desde el título- como “un libro meno” que recoge “impresiones de ciudades, de paisajes, de costumbres” y “algunas notas sueltas, también, sobre diversos aspectos de la vida mexicana”. (…) A nosotros nos parece un libro bellísimo, de prosa limada, sin arrugas, escrito a la velocidad justa. Aunque el tópico aconsejaría hablar de la prosa de un gran poeta, convengamos: la prosa maleable, matizada y certera de un extraordinario prosista. Y un –cómo no- precioso documento mexicano servido por los ojos y la angustia, ya seguramente atemperada, de un español casi recién transterrado. (…)
José Alberto Gómez Velasco
(del Prólogo a La esfinge mestiza. Crónica menor de México,
Edición facsímil, Diputación de Córdoba, 2000)